Pasa, como ahora, que todos y todas tienen algo que hacer fuera de la casa que implica movimiento, y yo en cambio me quedo; sólo porque es el momento en el que tanto la circunstancia como todo yo de pies a cabeza somos una misma cosa. La casa tan vacía y tan callada también se une al grupo de metáforas desgraciadas que me bailan alrededor y sólo me recuerdan lo que soy.
Es esta soledad y más aún, las ganas de seguir en lo mismo al no conocer otra opción, lo que me tiene aquí escribiendo esto al calor de cuartos vacíos donde sólo quedan las cobijas estáticas producto del último movimiento de quien se levantó en la mañana. Veo las tazas del té que no dio tiempo tomarse y a lo mejor algún recado sobre la mesa con el lápiz a un lado.
Hoy es un día de esos que quiero que pasen rápido y no porque mañana vaya a hacer algo interesante o diferente a lo que debo aguantar hoy, sino porque sólo quiero que pase. Hoy huele a tristeza y a traición, a lo mejor a alguna butaca de cine ajena, cosas de las que sólo un duende se atravería a contarme (si existieran). También huele a una terrible secuela de un sueño que no sé porqué aún recibo de mi inconsciente y que es más probable ver a Oscar Arias domando gorilas a que eso pase (¡Hijueputa, pero si eso ya está pasando!), entonces imaginen ustedes algo improbable. Es recuperar lo que está perdido y que sólo con una máscara de desconocido sería capaz de no ser odiado.
Suelo cortar lo que escribo así de golpe, o al menos a mí me parece, la deficiencia más grande es no saber cómo poner el punto final. Tal vez eso sea lo que me pasa a mí y por eso sigo soñando esas cosas y sintiendome así. Me niego a rendirme y quiero seguir luchando, pero la ironía es tan grande que ya ves... ¡No puedo ni atacar ni huir de esta trinchera!
EDUARDO ARCOS SE SUBE AL TREN DEL TRANSCYBERIANO
Hace 4 años