ESTO ES DEL SUP

(no sé qué subir. hace mucho que no vengo por acá) Algo del subcomandante marcos:
Allá abajo, es otra vez marzo reiterando sus tres primeras letras en los ojos que, trigo en la luz, leen. Fito Paéz me acompaña a regalar un vestido y un amor, y en la grabadorita seme adelante en el "todo lo que diga está de más". Yo aprovecho una ráfaga de viento y me llego hasta don Durito, afanoso, clavetea y aserra a saber qué sobre su lata de sardinas. Ya sé que antes he dicho que se trata de un barco pirata. De hecho Durito me ha volteado a ver con unos ojos de afilada daga cuando he escrito "lata de sardinas", pero lo he hecho sólo para que el lector pueda recordar que Durito es ahora Black Shield (Escudo Negro), el famoso pirata que heredara del difunto Barbarroja una encomienda harto difícil. La embarcación con la que Durito, perdón, quise decir Escudo Negro llegó hasta acá se llama "pon tus barbas a remojar" por razones que aún ignoro. Durito me ha propuesto que lo acompañe en la búsqueda de un tesoro. Todo esto ya lo he contado en una carta anterior, así que no abundo en ello. El caso es que en este marzo de la mar, me he llegado hasta donde Durito trabaja para ver qué hace y para pedir orientación y consejo.

Durito da los últimos golpes a lo que supongo es un mastelero con velacho cuando yo carraspeo para refrendar mi presencia. Durito dice:

- Bien, ya está. Ahora, contigo en la proa, no habrá adversario que se nos oponga. Yo sonrío con melancolía y miro con desapego el barco. Durito me reconviene: -No es un "barco" cualquiera. Es una galera, clásica embarcación destinada a la guerra por allá en el siglo XVI. La Galera puede ser impulsada por velas o gracias a los remos manejados por los llamados "condenados a galeras".

Hace una pausa y sigue: - ¿Y, hablando de velas, se puede saber por qué la tristeza que te vela la mirada?

Yo hago un ademán de "no tiene importancia".

Durito interpreta y dice: - ¡Ah! Mal de amores... Pausadamente deja de lado martillo y serrucho, desembarca y, sacando su pequeña pipa, se sienta a mi lado.

- Me supongo, mi futuro espolón de proa, que lo que te tiene triste y apesadumbrado no es otra cosa que una fémina, una hembra, una mujer pues. Yo suspiro. Durito sigue:

- Mira, mi querido marinero de tina de baño, si quien os desvela es una mujer, pero una de única, entonces el mal es grave pero el remedio posible.

- Yo me confesé - Resulta que si, que es una mujer, una de única, ella que es mar por muchas cosas más que el "Mariana" que la nombra. En mala fecha me alejé de ella y ahora no encuentro el modo o forma de que me acoja de nuevo en sus humedades, que olvide malas tempestades, que me perdone pues.

Durito da una larga bocanada y sentencia:

- Grandes y graves son tus faltas y extravíos, pero algo podré aconsejarte si prometes seguir mis indicaciones al pie de la letra. Yo dije "si" con un entusiasmo que hizo a Durito saltar del susto. Como puede se recompone el parche del ojo y dice:

- Es preciso recurrir a un hechizo. En el amor el mundo es, como siempre, un rompecabezas, pero resulta que si uno de único se encuentra con una de única, las piezas adquieren sentido y forma y el rompecabezas se dilata y rompe caras, brazos y piernas.

- Y pechos-, digo yo frotando la angustia que siento en el mío.

- Bueno, a lo que voy es que el hechizo sólo tendrá efecto si ella, la Mar en tu caso, está dispuesta a someterse a él porque si no, todo será inútil. Quiero decir que el hechizo no funciona si la persona hechizada no está conciente de que está siendo hechizada.

- Extraño hechizo este -digo.

Durito continua sin hacerme caso: - Tráele un recuerdo bueno, uno de ésos que sirven para ver hacia delante y lejos, uno que le haga levantar la mirada y andarla largo y hondo. Dile que mire hacia delante, no al día siguiente, no a la próxima semana o al año entrante. Más adelante, más allá. No le preguntes qué ve. Sólo mírala mirar hacia delante. Si ves que su mirada se sonríe con ternura, entonces estarás perdonado y habrá trigo y playa y mar y viento y entonces podrá navegar de nuevo, que eso y no otra cosa es el amor.

Durito vuelve a tomar sus bártulos y continúa arreglando la galera. El destino del viaje es aún desconocido para mí, pero Durito guarda silencio, dándome a entender que debo irme a cumplir lo que me ha dicho.

Yo deambulo aún un poco más por la madrugada. Busco encontrar a La Mar en el lecho. Yo sé que ustedes piensan que hablo de la cama, pero acá lecho es cualquier lecho o mesa o suelo o silla o aire, siempre que nuestra sombra se duplique en el otro, nunca uno, siempre dos, pero tan juntos. Si no es así, entonces no se trata de un lecho, para hablar de lecho se necesitan dos. Pienso que si La Mar duerme, será un problema despertarla con esta historia absurda del hechizo. Entonces se me ocurre que debiera abordar el asunto indirectamente, acercarme silbando alguna tonada, comentar el clima... o intentar un poema de amor.

Pero el problema está en que, intuyo, el poema de amor guarda un candado, un último secreto, que sólo unos pocos, muy pocos, casi nadie, alcanza a abrir, a descubrir, a liberar. Uno se queda con la impresión de que lo que uno siente por alguien, ya ha encontrado en palabras ajenas su formulación perfecta, redonda, completa. Y uno arruga el papel (o, en tiempos cibernéticos, decreta el "delete" al archivo en cuestión) con los lugares comunes en los que el sentimiento se hace letra. No sé mucho de poesía amorosa, pero sé lo suficiente como para que, cuando algo así acude a mis dedos, sienta que parece una malteada de fresa que un soneto de amor. En suma, la poesía, y más en concreto la poesía amorosa, es para cualquiera, pero no cualquiera tiene la llave que abre su más alto vuelo. Por eso, cuando puedo, convoco a los poetas amigos y enemigos y en el oído de la Mar renuevo los plagios que, balbuceados apenas, parecen míos. Sospecho que ella lo sabe, en todo caso no me lo hace saber y cierra los ojos y deja que mis dedos le peinen los cabellos y los sueños.

Me acerco y pienso y siento y me digo que qué ganas de volver al inicio, de recomenzar, de volver al trazo primero de la primera letra, la "A" del largo alfabeto de la compañía, volver al dibujo primero que nos hace dos juntos y empezar a crecer de nuevo y, de nuevo, afilar la punta de la esperanza. Ahí está. Duerme. Me acerco y...

(...)

Y todo esto viene a cuento, o a cuenta, porque en este mar de marzo todo parece oler a desolación, a impase, a irremediable caída, a frustración. Porque estoy seguro, a todos ustedes les parecerá raro que hoy me atreva a profetizar el retorno de banderas de todos los colores poblando, desde abajo, campos, calles, y ventanas. Y me atrevo a hacerlo porque miro a esta mujer zapatista, su tierno empeño, su duro amor, su sueño. La miro y por ella y, sobre todo, con ella, prometo y me prometo nuevos aires para esas banderas hermanas, pendones volanderos que inquieten y desvelen a ricos y pobres, aunque por diferentes razones a unos y otros. Prometo y me prometo, justo en mitad de la noche más tediosa, otro mañana, no el mejor pero si más bueno. Por esta mujer que, en las mañanas y frente mío, aguza el oído y se faja la pistola mientras me dice "ahí viene el helicóptero" como si dijera "llaman a la puerta". Por esta zapatista, por esta mujer, y por muchas como ella que, dos y tres veces detrás ponen el hombro para que no se caiga lo poco de bueno que queda, y para, con ese material, empezar ya a construir eso que parece tan lejano hoy: el mañana.

Vale. Salud a todas y para ella, además, una flor.

Desde las montañas del Sureste Mexicano.

Subcomandante Insurgente Marcos.

México, Marzo del 2000.

P.D. QUE CUMPLE LA DUPLICIDAD.- Aquí les anexo el recuerdo que le regalé a la Mar. Así es como esta carta 6.e. consigue su ala doble y emprende el vuelo necesario para toda carta. Sale y vale:

Cuento para una noche de angustia.

Le digo a la Mar que, por alguna razón que no alcanzo a entender, el Viejo Antonio pudo haber leído en alguna parte al filósofo alemán Imannuel Kant. En lugar de apasionarse con la xenofobia, el Viejo Antonio tomaba del mundo entero todo lo dable por bueno, sin importar la tierra que lo pariera. Al referirse a personas buenas de otras naciones, el Viejo Antonio usaba el término "internacionales", y el vocablo "extranjeros" sólo lo usaba para los ajenos al corazón, no importaba que fueran de su mismo color, lengua y raza. "a veces hasta en una misma sangre hay extranjeros", decía el Viejo Antonio para explicarme la absurda necedad de los pasaportes.

Pero le digo a la Mar, la historia de las nacionalidades es otra historia. La que ahora recuerdo se refiere a la noche y sus caminos.

Fue una madrugada de ésas con las que marzo afirma su vocación delirante.

A un día con un sol como látigo de siete puntas, se siguió una tarde de nubarrones grises. Para la noche ya un viento frío amontonaba nubes negras encima de una luna deslavada y tímida.

El Viejo Antonio había dejado pasar la mañana y la tarde con la misma parsimonia con la que ahora encendía su cigarro. Un murciélago revoloteó a nuestro rededor por un instante, seguramente alterado por la luz con la que el Viejo Antonio dio vida a su cigarrillo. Y, como el tzotz, de pronto apareció en medio de la noche.

La Historia del aire de la noche.

Cuando los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros, se pensaron en cómo y para qué iban a hacer lo que iban a hacer, hicieron una su asamblea donde cada cual sacó su palabra para saberla y que los otros la conocieran. Así cada uno de los más primeros dioses iba sacándose una palabra y la aventaba al centro de la asamblea y ahí rebotaba y llegaba a otro dios que la agarraba y la aventaba de nuevo y así como pelota iba la palabra de un lado a otro hasta que ya todos la entendían y entonces hacían en su acuerdo los dioses más grandes que fueron los que nacieron todas las cosas que llamamos mundos. Uno de los acuerdos que encontraron cuando sacaron sus palabras fue el que cada camino tuviera su caminante y cada caminante su camino. Y entonces iban haciendo las cosas completas o sea que cada quien con su cada cual.

Así fue como nacieron el aire y los pájaros. O sea que no hubo primero aire y luego pájaros para que lo caminaran, ni tampoco hicieron los pájaros primero y después el aire para que lo volaran. Igual hicieron con el agua y los pescados que la nadan, la tierra y los animales que la andan, el camino y los pies que lo caminan.

Pero hablando de los pájaros, hubo uno que mucho protestaba contra el aire. Decía este pájaro que mejor y más rápido volara si el aire no se le opusiera. Mucho rezongaba este pájaro porque, aunque su vuelo era ágil y veloz, siempre quería que fuera más y mejor, y si no podía serlo era porque, decía él, el aire se convertía en un obstáculo. Los dioses se fastidiaron de que mucho mal hablaba este pájaro que en el aire volaba y del aire se quejaba.

Así que, de castigo, los dioses primeros le quitaron las plumas y la luz de los ojos. Desnudo lo mandaron al frío de la noche y ciego debía volar. Entonces su vuelo, antes gracioso y ligero, se volvió desordenado y torpe.

Pero ya hallado y después de muchos golpes y tropiezos, el pájaro éste se dio la maña de ver con los oídos. Hablándole a las cosas, este pájaro, o sea el Tzotz, orienta su camino y conoce el mundo que le responde en lengua que solo él sabe escuchar. Sin plumas que lo vistan, ciego y con un vuelo nervioso y atropellado, el murciélago reina la noche de la montaña y ningún animal camina mejor que él los oscuros aires.

De este pájaro, el Tzotz, el murciélago, aprendieron los hombres y mujeres verdaderos a darle valor grande y poderoso a la palabra hablada, al sonido del pensamiento. Aprendieron también que la noche encierra muchos mundos y que hay que saber escucharlos para irlos sacando y floreciendo. Con palabras nacen los mundos que la noche tiene. Sonando se hacen luces, y tantos son que no caben en la tierra y muchos terminan por acomodarse en el cielo. Por eso dicen que las estrellas se hacen en el suelo.

Los más grandes dioses nacieron también a los hombres y mujeres, no para que uno fuera camino del otro, sino para que fueran al mismo tiempo camino y caminantes del otro. Diferentes los hicieron para estarse juntos. Para que se amaran hicieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres. Por eso el aire de la noche es el más mejor para volarse, para pensarse, para hablarse y para amarse.

Termina el Viejo Antonio su historia en el marzo de allá. En el marzo de acá la Mar navega un sueño donde la palabra y los cuerpos se desnucan, caminan los mundos sin chocarse, y el amor puede volarse sin angustias. Allá arriba, una estrella descubre un lugar vacío en el suelo y rápido se descuelga, dejando un momentáneo rasguño en la ventana de esta madrugada. En la grabadorita Mario Benedetti, un uruguayo de todo el mundo, dice "Ustedes pueden irse, yo me quedo".


OTRA P.D.- ¿Aceptó la Mar el hechizo? Es, como diría no sé quién, una incónita.

Vale de nuez. Salud y Marzo, como siempre, viene muy loco.

El Sup esperando como es ley, es decir, fumando.