UNO DE CATORCE Y MEDIO. [110 km/h]

Este relato tendría catorce y medio maneras de ser contado. Yo me dediqué a escoger una, no por lo bonito ni por lo gracioso que a lo mejor de todas formas logren colarse sin permiso.
Es un relato que empezó por esas cosas de la vida cuando no hay clases por pura vara o porque se enfermó el modelo de dibujo. ¡Como si no pudiéramos dibujar otra cosa! Aunque claro, para mí no fue problema y salí rápido por donde entré.

De camino hacia mi casa, que al final no lo fue, encontré al cumpleañero que no lo era tampoco, pero le hicimos fiesta su otro amigo, su amiga y yo. De todas formas se negó a la cimarrona, no una vez, ni dos, ni tres, y nos enteramos de una buena obra de teatro para la noche.
Esperamos hasta las cinco, con arepas, dibujos y sus sonetos shi, también llamados perfectos. La reunión a las cinco, ya era hora. Hablamos de todo como suele ocurrir en las reuniones (en nuestras reuniones) y también sobre algún tema importante, cuando recordamos que para eso nos reunimos.

En la noche, la obra boliviana en el Teatro Nacional. Acompañados de amenas conocedoras y hacedoras de teatro , todas y todos con caras de asombro, fue una buena obra, diferente, original y con un gran mensaje para dar al mundo, sobre lo que pasó y pasa en aquellas tierras andinas, sobre la manipulación de los medios, la corrupción de los políticos y de cómo juegan con las necesidades de los pueblos para su propio beneficio, valiéndose de un terremoto.
Aquí fue donde nuestra suerte comenzó a decaer, sobre todo porque fue solo el comienzo y ya de por sí bastante trágico. Nuestro compañero de fiesta de no cumpleaños no pudo entrar al Teatro, no le dio tiempo y le tocó aquello de ´´dé media vuelta y vayase de vuelta´´.

Al salir nosotros, luego de haber estado adentro (no como aquel) se propuso tomar una refrescante bebida etílica. El lugar, muy cercano al parque España, agradable tal vez por ahí de las cinco cervezas donde las aristas de las paredes que no calzan comienzan a verse perfectas (como los sonetos perfectos). Pedimos yucas fritas, las esperamos por horas y nunca llegaron. Llegaron cuando nosotros ya habiamos decidido salir, casi perseguidos por la odiosa muchacha recibimos al fin las deseadas yucas que nos fuimos comiendo, asumimos que nos habían regalado la canasta y el papel aluminio. ¡Ahí son tan buenos!.

Tanta yuca y tanto humo nos hizo olvidar la hora, perdimos todos los buses disponibles. El próximo: a las 5 a.m. La opción más viable: Irnos en un poco confiable taxi ´´colectivo´´, con parlantes directos al tímpano, luces estroboscópicas dentro, que por cierto de las que el chofer había adquirido ya inmunidad absoluta y no le afectaba a su osado manejar.
Carlos y yo imaginabamos nuestra muerte. La de él, en su imaginacion, muriendo en posición fetal, la mía pasando como proyectil por el parabrisas. Y es que cuando uno va a 110 km/h es poco lo que se puede imaginar, casi se llega al punto de estar ´´imaginando´´ lo que ya es real, casi siempre tendiendo a lo fatal, no hay de otra.

Por fin llegamos, cinco minutos fue lo que duramos y el taxista dijo - ¡Cinco minutos, cuidado pierdeeee! - lo que me pareció la ironía más grande y absurda de la noche. Por esos cinco minutos él perdió todo cuidado, y nosotros casi perdemos las vidas. Y llegamos no sanos, sino enteros sin necesitar de equipo hidráulico que nos sacara de las latas retorcidas que fuimos imaginando en todo el camino.

1 comentario:

Uno que mira dijo...

Cuando usted dijo que esa experiencia merecía un texto, yo estuve de acuerdo, y lo estoy, pero ¡caramba!, es que eso que usted escribió es exactamente el texto que merecía. Yo iba a relatarlo también, una de las catorce maneras, pero qué va, usted escogió la mejor.
Saludos y
la próxima vez, mejor alquilarle un cartón al compa aquel, se arriesga menos la vida.