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Me gusta cuando se ven los bordes ahora gastados, ahora redondeados y saber que es porque han andado o les han andado, que los colores más antiguos se dejan ver en veladuras, uno sobre otro en escalas absurdas: cuando era verde- innovaron con naranja- se arrepintieron lanzando un verde nostálgico ahora más oscuro que cuando era verde antes del naranja, hasta llegar al más actual amarillo ajado donde han caído las monedas tantas veces o han pasado las bolsas de medio pueblo o las piernas desnudas de las noches en las que queda el negocio solo y bien acompañado: y la madera, de tanto juego, queda pulida como con mákina y los colores tan degradados, graciosamente compuestos que parece una obra de la que nadie se percata. Entonces, yo llego a envidiar una tabla como esa, más que un cuadro de algún famoso con firma puño y letra suya, la otra en cambio a puro puño pasajero, de vueltos y menudo; del roce de tantos panes de mañana llegó a componer, como si dejara una estela de caminos tan cotidianos: una mancha [a lo mejor de las pocas que no me incomodan]. Una vista aérea del tiempo, erosión cromática y no cronológica: el vuelto en mi mano que me trae de vuelta... y salgo.

2 comentarios:

Jose Pablo Ureña dijo...

afortunadamente esas tablas, objetos, etc no estan colocados en ninguna pared y con ninguna etiqueta... mejor que se queden ahi, hasta que el tiempo las desaparezca.

Chabe o Chave dijo...

claro, ahora también está cuando uno se topa con gente ¨así¨, pero supongo que son otra clase de encuentros completamente.