APUNTES-SOBRE-CASI-TODO 03-I-09



La noche iluminó nuestras caras, quemadas por las luces parpadeantes. Hojas y sombras.

Alguna conversación de dos o más sobre toros y corridas.

Alguna noción de haber vivido ya este tiempo o alguna noción de haber querido escapar.

Pero hoy no. La noche iluminó cada músculo de nuestras caras hasta hacerlas desaparecer entre humo y alcohol. La tila ya no es como la leemos desde décadas pasadas, entre décadas muertas de algún ayer que no vivimos nunca. Ya no tiene nombre, hasta eso.

Quedamos conspirando contra las luces que nos proyectan rostros en las paredes, algún candyman que no se apareció nunca entre Parismina y el infinito mar que nos envuelve a cada paso, en cada espejo donde lo invocábamos.

Parecíamos felices y danzamos, todo quedaba atrás.

Un perro quiso ser nuestro amigo, un perro en Parismina.

El baile se convirtió en una función atómica, cíclica como repetición pausada, como ver el tiempo escurrirse entre el pasto de la noche. Nos siguió la Luna pero no quiso iluminarnos.

Nos iluminó la noche, pero de luces artificiales y amarillas que marcaba nuestros perfiles cabizbajos y explotábamos como partículas incandescentes, más alegres y logramos montar entre carcajadas algún espectáculo musical, ritmos sedados y algún canto ritual de ningún lado.

Un perro fue nuestro amigo, mandó a dormir a Jorge. Perro previsor.

El día amaneció como siempre, por más crea la gente que todo es distinto. La parada en las canastas y el bus sobre la tira plateada en la que se convirtió el camino y la espera. Nuestras cinco sombras larguísimas proyectando la mañana.

Me encanta ver a la gente explotar, como cuando llegamos a Limón y nos ofrecían transportes absurdos a precios absurdos. Buscabamos el siguiente bus, y de camino alguna mujer pasó a mi lado y hurgó algún paquete de oso en mi pantalón. Carcajadas de todos. La gente está loca. Limón está loco.

La playa consumió todos nuestros deseos de lograr alguna dosis entre la arena, de ver las olas como explotarían en nuestra cabeza.

Se comió nuestras ideas escondidas sobre un tronco caído destrozado por la furiosa corriente marina. El tiempo fue poco para percatarse y un par de uniformados nos dejaron con lo que cargaban nuestras sienes y un mal sabor de mente. Oímos arrancar sus motocicletas y llevarse todo, hasta el plus del que Carlos se enorgullecía. Silencio.

La tarde quiso dejarse ir al mar, y lo hizo.

*****

Todas las caras desfiguradas nos miraban directamente a los ojos, las luces y los colores de la noche recién caída se dejaban posar sobre nuestra espalda.

Desactivé todo sonido posible y me quedé con imágenes de gringos gordos paseándose por Puerto Viejo, pasos mudos del paseo nocturno buscando algo para calmar nuestros estómagos, nuestras miradas furiosas.

Dos niños jugaban a las máquinas y un zulú y un tigre mostraban sus dientes como si fueran la misma cosa. Las monedas caían y los niños posiblemente estaban ahí desde que el amanecer caribeño hizo su aparición magestuosa.

Ganaron monedas y no querían irse, para ganar mas

y perderlo todo.

Siento haber dejado mucho atras, siento que ahora debo caminar otros pasos. Todo comienza otra vez y cambio...

1 comentario:

Uno que mira dijo...

La tarde quiso dejarse ir al mar, y lo hizo.

¿Y la vida? ¡Joder! La vida se nos ha estado queriendo dejar ir al mar desde hace rato, joder, desde hace rato. Es mentira, el año maldito no ha terminado: no hasta que termine.