SUDAFRIKA 2010


Cuando la palabra exotismo ya no cabe más en ningún lado, en las canchas del juego más jugoso del mundo explota el continente africano en un mundial que aminora cualquier conflicto ¿étnico?, social o político. Es barrer el pasto y pintarle las marcas reglamentarias a un pasado sangriento; poner la bola en el centro de la cancha y repartirnos el terreno como si fueramos aquellas potencias europeas en la repartición del pastel africano.
Rueda el balón -a lo que vinimos- dice el comentarista sin seso. Vinimos a ver cómo nos pintan un Africa que no es o cómo nos hacen pensar que el continente entero por un momento olvidó los conflictos, el hambre y las enfermedades que tanto bien le hacen a las corporaciones del otro lado del charco. Como si todo se redujera a esa última región pomposa y cosmopolita que esconde sus miserias en los guetos (mientras todo el montaje mundialista sucede). Sudáfrica no es el África entero, el África desgastada, rabiosa y despojada, la del apartheid, el oro y los diamantes. El Mundial es una oportunidad para impulsar inversiones exóticas, levantar una economia ya de por sí por las nubes y saborear la copa del oro canjeado por sangre. FIFA nos convoca.

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