Fue entonces hasta después de esa riña salvaje, de aquellos golpes certeros y de mis escondites momentáneos esquivando a aquel muchacho iracundo salido de la nada. Quería tumbarme pecho tierra y yo sin conocer las razones; sólo sé que le leía la rabia en los ojos. Me escondía detrás de las columnas y de las esculturas amarillentas de diosas griegas. En una ráfaga de puñetazos quedé tendido inmóvil.
Fue ahí donde finalmente mis heridas despertaron aquello que fingías. Con qué hipocresía venías a sanarme la piel y la carne! Esas manos tan ausentes, hasta no verse teñidas de rojo. ¡Qué estupidez! Yo no te creí y en mi memoria ya había una cara cálida. Fue un choque que no me pensé dos veces, hice esfuerzos por levantarme e irme. Me fui, y desperté.

2 comentarios:

marímura dijo...

Solo me alegro de haber tomado la mismasalida que aquel muchacho unos minutos antes.

Amanda dijo...

No tengo mucho inteligente que aportar, solo quería agregar como un: jajaja :)