EN-EL-PARQUE 12-2-09

Una discusión entre dos señores de edad avanzada, más bien de una edad que podía rondar los 80 años y resto. Los dos sentados en una banca distinta pero cercana, de esas en las que uno queda incómodamente tirado hacia atrás y como último recurso para manterse erguido uno tiende a aferrarse del concreto chicloso por el sol. Estaban ahí, discutiendo sin que les incomodara mi cercanía. El primero se llamaba Natalio, como mi bisabuelo. Y del otro sólo supe de Román y sus manos movidas de manera exagerada por la seriedad de la disputa de quijadas mientras lanzaba reiterados "No, hombre".

Posiblemente ya llevaban horas conversando el mismo tema, o a lo mejor llevaban varios días interrumpiendo a golpe de ocasos sus tertulias. Se iría cada uno a su casa a paso lento meditando lo que dijo y qué irá a decir mañana. El otro intenta llevar los mejores argumentos presumiendo de las capacidades legendarias de los Román para ganar pulsos en cantina, como le contaba su ya fallecido abuelo, pero ésta vez era una discusión de parque que no implicaba tragos ni puños lanzados al mentón.

Al día siguiente cometí un error de poca importancia, el suspenso pudo más y llegué absurdamente temprano al parque, dejando expuesta a los cuatro vientos mi falta de experiencia y mi rebosante estupidez como joven al pensar el tiempo como joven. Porque claro, ellos sólo llegan cuando quieren y de casualidad, después de 80 años logran coincidir todos los días y retomar sus temas semanales, mensuales, ¿Qué voy a encerrar yo sus temas en horarios? Yo no sé nada, sólo sé que llegué esa primera tarde y logré pescar el cabuz de la discusión, me fui a mi casa y me desperté al día siguiente con la ilusión de conocer a fondo aquello de números y de "no, hombre!".

Terminé ese día siguiendole los pasos a lo que pude recordar de el ir y venir de ideas y teorías cortadas de golpe por esa tos de trueno que suelen lanzar los ancianos. Las palabras de don Natalio y su amigo Román me sonaban en la cabeza. Toda la tarde de ese martes, de vuelta a mi casa pasé pensando lo que nunca antes había pensado. Don Natalio jugaba los números de la lotería sin pensarlos porque, según dijo él "los números no pueden ser valorados bajo nociones estéticas". A lo que Román respondía con un "No, hombre". Esa noche supe que había salido el 68 y yo pensando cómo diablos definir si era o no un número bonito. Creo que le voy a la teoría de don Natalio; total, los Román sólo saben de victorias en cantina y yo, al igual que don Natalio, no me voy a poner en pequeñeces estéticas y menos por un número.

Y todavía la gente dice que el 00 es un número feo...

1 comentario:

Uno que mira dijo...

Y uno, que es más jugao que el doblecero.

Záaaa.

¿Será que a esos señores los rodaron desinflados?