MILOKOVSKY-ERA-MAIAKOVSKY



27-XI-08

En esos días todo se respiraba distinto, los colores podían verse como si salieran en instantánea, tan nítidas que por las pupilas entraban los colores saturados, digamos que de alegría, claro, porque todo era más sencillo, éramos niños y teníamos vista de polaroid.
Las discusiones más acaloradas nacían y morían como nubes de una tarde cualquiera detonadas por dos manos que tomaban la misma pieza, la más rara o la más útil del Lego o por la aburridísima tarea de recoger antes de haber jugado, desde que me di cuenta que prefería construir y armar, pero cuando llegaba la hora de jugar ya no le veía la gracia.
Con Daniel, mi hermano, se disputaban los más importantes torneos de "bola" y pese a la diferencia de edades él lograba propinarme patadas que dolían como si tuviera mi edad, en eso pasabamos tardes enteras; pero a mí me gustaban los detalles: las vallas pintadas con tiza en la pared, los marcos, las líneas, esas basuritas que se posaban frente a la portería en la tele que yo recreaba con hojas, cosas como esas. Con el tiempo los torneos tomaban importancia y fuimos inventando nuestros propios equipos que defendíamos a toda costa; imaginábamos nuestros estadios y nos turnábamos aquello del local o visitante. Mi equipo inspirado desde la profundidad de los mares era defendido en los pocos metros cuadrados que teníamos para dominar la bola, pero eso no importaba, Tiburanios se llamaba y no me pregunten de dónde saqué yo ese nombre o de dónde Daniel sacó a su Caos Land.
Lo tomábamos muy en serio y hasta nos dedicamos a inventar los nombres de los jugadores que poco a poco se iban consolidando en nuestro mundo casi paralelo: era una realidad que despertábamos cada vez que abríamos el portón y póníamos a rodar el balón. Para Daniel el jugador estrella era un tipo llamado Negro, de grandísima estatura, que además era también su amigo imaginario fuera de las canchas y del Caos.
Para mí, era Milokovsky y que no fue hasta hace un par de días que lo recordé por la canción que Viviana me hizo descubrir: "Canción a Maiakovsky" de Silvio Rodríguez. Fue ahí donde quedé maravillado, y desde el tiempo que tengo de saber de la existecia de ese grandísimo poeta, nunca había visto la cara borrosa de mi antiguo amigo de la infancia que se asomaba sólo a un par de letras de distancia de las letras de Vladimir. Muy lejano en ese momento de andanzas infantiles pero que ahora sólo me deja un amargo en la boca, me quedo pensando si hubiera conocido mejor a Milokovsky tal vez me hubiera corregido: su apellido en realidad era Maiakovsky y no dominaba balones sino ideas, palabras por todas partes, poemas teñidos de voces multitudinarias que gritaban pero no en un estadio sino desde las fábricas y desde las plazas hasta la vía láctea. ¡Ay, si me hubiera corregido aquel... lo estaría leyendo desde entonces!.

Nota: En la foto que ilustra el texto: mi primo Fabián (que aun tiene vision de polaroid, dichoso)

2 comentarios:

ViviSol dijo...

Y así como ese recuerdo, deben de haber muchos otros que cuesta despegar de esa extraña masa de infinito (viendo lo olvidado como se ve lo no conocido), por eso hay que extender los intervalos (me acuerdo del piropo... jaja)y conocer, no sólo para conocer sino para recordar. ¿Que puedo decir de un niño que lee a Maiakovski? Increíble!
Jmmm aunque no parecía, al inicio pensé que el niño de la foto eras vos, pero no... ojala que llegue a ser muy muy interesante, tenés que hacer que así sea, que baile con Sui Generis y este deseando aprender a leer para conocer a Maiakovski...

Saluditos!

Uno que mira dijo...

Era el Maiakovski que le latía la infancia, mire usted. ¿Y Daniel? ¿Algún blues anclado en su pretérito? ¿algún calypso?

Yo no he escuchado nunca esa canción.