LLU-V-IA

18-5-08

Me pasa cuando veo caer esos proyectiles que inundan y humedecen la tierra, mientras trato de adivinar desde dónde vienen, motivados por el sólo hecho de terminar cayendo y olvidarse a sí mismos ocultándose dispersos y derrotados donde ya no pueden seguir su curso, porque llega el impacto. Caen cientos de miles y mi vista quiere seguirlos a todos. Los veo contrastando el cielo que está oscuro y no cesan de precipitarse ante mi mirada estúpida de recuerdos divagantes y nostálgicos. Me pasa siempre que veo caer esos proyectiles que impregnan de nuevas fuerzas las grietas secas de lo que está en el olvido o de lo que quiso secarse con mano criminal y no se puede.
Suenan fuertemente contra el techo y recorren aquella ruta maldita que ellas no quieren recorrer. Las gotas se ensucian en su caída y bajan por canoas oxidadas; llegan a las tuberías de las casas y se encuentran con la mugre de lo humano, con residuos de lo salvaje y esas costras grasientas que representa el hambre de consumirse a ellos mismos y dejarse tirar poco a poco por los caños babosos. Podrían disfrutar estas gotas, si pudieran, de los fuertes impactos suicidas con que llegan al final, y que yo me deleito observar. El olor es indescriptible, gotas en enjambre cayendo fuertemente sobre la tierra desde alturas increíbles que yo casi no logro comprender. Eso es lo que pasa cuando veo caer las gotas que hacen la lluvia y pienso en tantas cosas, me hace recordar como si se tratara de un archivo de anécdotas lluviosas que se proyecta ininterrumpidamente en mi cabeza, son tantos recuerdos que mejor cierro la ventana y me pongo a dibujar... Y afuera sigue lloviendo, las escucho en el techo pero ahora entiendo, esas caen maldiciendo su caída infeliz

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